Lo histórico, una costumbre de los pibes dorados

A pesar de que venía de ganar todo con el Real Madrid y hacer un gran Preolímpico en México, nunca pensé que iba a volver a ver al Chapu Nocioni de Independiente de Pico, esa bestia enjaulada sin jaula que pasaba por arriba a todo lo que tuviera enfrente y que sólo el Atenas de Milanesio y Campana podía detener. En el Preolímpico de ese año encaró por la línea de fondo y se la volcó en la cara a Kevin Garnett y Tim Duncan, una jugada de la que se habló más que del propio partido. Es que en 1999, a tres años de Indianapolis, eso era lo más cercano que se podía estar de una estrella NBA sin pedirle una foto después del partido. Catorce años después, Nocioni la rompe contra Brasil en las Olimpiadas de Río como el pibe que solía ser.

Slam da month

Me compré una SLAM en el Tower Records de Santa fe y Callao porque tenía varias fotos de esa jugada, elegida como la volcada del mes, porque no la había visto nunca. En una época sin youtube y sin que un partido de basquet tuviera la trascendencia para ser repetido, le mostraba esas fotos a mis amigos que tampoco habían visto la jugada. Tiendo a pensar que ahí empezó todo, aunque la historia dice que fue en esa promesa que se hicieron este grupo de pibes en el Mundial sub 22 de Melbourne en 1997 cuando perdieron contra Australia en la última jugada.

Desde esa volcada a la faja de Sconochini contra el Dream Team en Atenas 2004 hay apenas cinco años. La faja de Hugo es la jugada más hermosa que vi alguna vez en el basquet. Salta, amaga en el aire a pasarla a su izquierda, queda con una pierna extendida y la otra flexionada, y se la da a Monteccia que con la yema de los dedos la hace rebotar en lo más alto, altísimo, del tablero. La pelota apenas si toca la red.

En el medio, un equipo que en Indiana jugó el mejor basquet FIBA en mucho tiempo, buscando el pase extra, con grandes nombres pero sin individualidades. Así le ganó a una filosofía NBA que no sabe lo que es el juego en equipo porque nunca lo necesita. “Ahora se vienen, ahora se vienen” pensábamos todos mientras mirábamos ese partido porque no creíamos posible que la historia pueda ser cambiada… pero no se vinieron nunca. El resto de las delegaciones los aplaudieron cuando volvieron al hotel.

En el medio, también, tuvo su momento Manu Ginobili al definir el partido con Yugoslavia. De haber perdido ese partido, no sé cuánto de la historia que hoy existe hubiera sucedido. Tal vez esta generación hubiera arrastrado un karma de quedarse a nada de ganar algo. La revancha fue doble, del equipo contra la última jugada del mundial pasado, y de Manu contra el doble de Fisher a 0.04 segundos que derivó en la eliminación de los Spurs ese año.

Le ganaron al Dream Team de Iverson, Duncan, Anthony y Le Bron en sus “sperm days”, como dice la revista mencionada más arriba, con un Hermann que agarraba la pelota y la llevaba a un universo paralelo donde nadie podía llegar, esta vez al mejor estilo NBA. Recuerdo el Mundial de España como el mejor Pepe Sanchez que vi. Dos años más tarde, se llevaron el bronce sin Manu y con el Chapu en una pata… ¡contra Lituania! De ahí, no bajaron del quinto puesto en competiciones internacionales, venciendo a rivales superiores con un basquet por momentos de memoria, fino, lujoso.

El partido contra República Dominicana, en el Premundial de Puerto Rico 2009, para mí fue tan bisagra como el doble de Manu para que este devenir continúe. De perderlo, el equipo quedaba con poquísimas chances de pasar a segunda ronda con un buen arrastre de puntos y enfrente había un equipo con tres NBA. Scola y Prigioni jugaron todo el último cuarto con cuatro faltas, sabiendo que si uno de los dos se iba las posibilidades de ganar eran nulas, y todo ésto bajo amenaza de un repechaje contra los europeos más difícil de pasar, con Manu Ginobili descansando de la selección. Lo empataron con un triple del “Gringo” Pelussi y lo ganaron en suplementario conmoviendo como siempre.

Scola, líder en puntos y presencias, también lideró la intervención a la CABB. Con las garantías de ser un indiscutido adentro de la cancha, en especial después de los 37 puntos contra Brasil en octavos del Mundial de Turquía, Luis lideró la renovación de una CABB sin recursos económicos producto de la corrupción de sus dirigentes previo al Mundial de España. Ese Mundial parecía el final de la Generación. Recuerdo la tristeza, no por el resultado del partido contra Brasil, sino por creer que no iba a volver a sentir esa sensación de hazaña permanente cada vez que jugaba esta selección. Sin embargo, la jugada del capitán afuera de la cancha demostró que este grupo trasciende sus éxitos deportivos y no se desentiende de las generaciones futuras, porque no se desentiende de lo político. Scola lo deja en claro en esta nota: http://www.clarin.com/edicion_impresa/juego-Mundial-culpa-gestion-horrenda_0_1180682055.html

Conmover y convencer.

Lo primero que me dijeron cuando empecé a practicar basquet de chico, algo que forma parte del sentido común basquetbolístico, es que en este deporte “gana el que juega mejor”. El límite de los 24 segundos por posesión obliga a atacar y a defender de manera equivalente a los dos equipos, fragmentando el marcador de tal manera que cada posesión es una nueva oportunidad para sacar ventajas y ganar, incluso, con una diferencia de apenas un punto. Está más que claro que no pasa lo mismo en el fútbol, donde hay más

posibilidades de especular con la estrategia para nivelar el juego y las capacidades de los futbolistas de los equipos competidores.

Digo ésto porque una de las razones para entender que se hable de los partidos conmovedores y emocionantes de la “Generación dorada”, sus hazañas y epopeyas (al punto de hacernos quedar sin calificativos) es que este equipo no siempre se presentaba a priori como mejor que sus rivales.

Por otro lado, la otra razón que creo que hay que considerar es que a medida que pasaron los años el nivel de juego mundial se elevó de tal manera que, aún con un subcampeonato en Indianapolis y una medalla de oro en Atenas, este equipo siempre tuvo muy en claro cuáles eran sus límites según su capacidad de juego y la de sus rivales. Si no se le puede ganar a Estados Unidos y a España, el objetivo para volver satisfechos es salir terceros o entre los cuatro primeros. De vuelta, no pasa lo mismo en el fútbol, donde se suelen depositar esperanzas desmedidas en los equipos porque el reglamento del deporte lo habilita.

Así, cuando estas dos maneras de interpretar el juego y el propio nivel del equipo se juntan es posible plantearse límites realistas y superarse. Se podría pensar, como las disciplinas olímpicas individuales, que este equipo compite siempre consigo mismo. Entonces es cuando pasa esa paradoja por la que nos quedamos sin calificativos para hablar de la Generación dorada: este equipo se acostumbró y nos acostumbró a hacer historia. La sensación por la que nos emocionamos hasta las lágrimas con sus partidos es la sensación de presenciar algo histórico, un impensable superado y ahora vuelto posible (como por ejemplo, ganarle a Lituania, Croacia, Serbia o un Canadá con 8 NBA). Estos pibes nos hicieron acostumbrar a lo histórico, tan enemigo de la costumbre.

Y cuando creíamos que era el final en el Mundial de España, los pibes Scola y Nocioni acompañan a jugadores como Campazzo, Laprovitola y Garino a ganarle al México de Ayon en su cancha con 19.000 personas en contra para clasificarse a Río.

Otra vez, todos lloramos porque creíamos que la historia de este equipo se había terminado y sin embargo, otra vez y otra vez, nos demostraron que lo que creíamos lógico e imposible se podía superar, nos rompieron otro verosímil.

Gracias a los límites discursivos que permite el reglamento, con los sucesivos retiros el equipo se fue adaptando a suplantar lo que le faltaba y fue transmitiendo el juego con el valor que les da ser autoridades construidas y así convertirse en un ejemplo e inspiración para las generaciones futuras, incluso fuera del basquet en sí.

Times New Roman 10

Riquelme polarizó a los futboleros. Se estaba en contra de él y no se lo aguantaba o se lo bancaba y admiraba, a tal punto que la discusión no giraba en torno a lo bien o mal que había jugado un partido sino al hecho de incluirlo en un equipo o prescindir de él. Esta cuestión de la imposibilidad de justificar con argumentos futbolísticos el rendimiento en un partido de un jugador es muy interesante para analizar, pero la postergo por el momento porque lo que respecta a Román se centra en su convivencia con discursos que buscaban permanentemente excluirlo de las canchas. Entre estos, por un lado están los que apelan a la lentitud de su juego y por otro aquellos que apuntan a características de su personalidad (“es DT adentro de la cancha” o “se pelea con todos”). Creo que estos dos tipos de discursos se corresponden a grandes rasgos con dos etapas de su carrera, la primera hasta su primera renuncia a la selección y la segunda desde su vuelta a Boca.
Me interesa por ahora esa representación de su juego como “lento” y la connotación negativa con la que es interpretada la lentitud. Al mismo tiempo, sus defensores lo calificaban como “el último 10”. Creo que hay una relación directa entre estas dos maneras de caracterizarlo y que se puede entender desde ciertos procesos mediáticos, económicos y tecnológicos que afectaron la percepción tanto de nuestra vida cotidiana como del juego.

El último 10.

¿Cómo explicar la tendencia a la desaparición del puesto de enganche – organizador de juego en el fútbol argentino? ¿Es una tendencia local de los últimos tiempos u obedece a una tradición futbolística continental? Habría que hacer una investigación que explique la desaparición del puesto de 10 clásico en el fútbol argentino (¿y mundial?) y el surgimiento de jugadores bajitos y con gol como Saviola o Tevez, pero sobre todo habría que pensar si esto es un fenómeno de las últimas dos décadas o si responde a una tradición geográfica que caracteriza al jugador latino como habilidoso e individual y al europeo dentro de un juego colectivo (pienso en la Holanda de Cruyff). En este sentido, si bien desconozco si hay otros casos, existió un debate parecido en Italia cuando Zidane pasó a la Juventus. Algunos periodistas pensaban que su juego no se adaptaría al fútbol italiano.
En cualquier caso, este texto no se centra en lo puntualmente futbolístico sino en la recepción del juego, en cómo es interpretado por periodistas e hinchas.
Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Diego hace un gol que nos conmueve sin pasarsela a nadie, esquivando a medio equipo rival. Él, contra todos, permite pensar que es posible el jugador que (se) hace todo solo sin necesitar de su equipo. Jugador sin jugada colectiva, además de exaltar la individualidad presenta un gol en apenas unos segundos.
En esa respuesta crítica a la lentitud o su reverso de elogio a la rapidez y la individualidad, la hipótesis de este texto es que la presencia de un organizador de juego despierta rechazo porque lo que hace es llevar a cabo un “lento” proceso (la jugada) para conseguir un producto (el gol) contrariamente a una tendencia de cambios económicos, mediáticos y tecnológicos que iban y van en la dirección de eliminar el tiempo de espera para conseguir lo que se desea de manera inmediata.
El gol como producto sin proceso de Diego a los ingleses se anticipa a un modo de percibir lo cotidiano que fuimos incorporando a través de estos cambios. Porque Diego también organizaba el juego, pero en el colador de la memoria triunfa el modelo de jugador chiquito, rápido y con gol.

Fast food.

El juego de Román se ubica en el paso de la sociedad industrial a la sociedad de servicios. Las grandes cadenas de comida rápida crecen en el país, le gente que consume en ellas no espera por su comida lo que espera en un restaurant. La espera es el tiempo en que la comida es procesada, la inmediatez son los minutos en que algo es deseado, pedido y recibido. La sociedad de servicios nos va haciendo incorporar tiempos de espera cada vez más cortos que producen una ansiedad inversamente proporcional cuando el producto deseado no se consigue.
A estos cambios en los hábitos de consumo se le agregan la incorporación de nuevas tecnologías que reducen el tiempo de espera, como el microondas, el celular o la cámara de fotos digital. Pero si bien es fundamental tener en cuenta la incorporación del servicio de comida rápida y de las nuevas tecnologías como un factor de poder desde el modo en que afecta nuestra percepción, esta aceleración de los tiempos en la vida cotidiana no basta para asociar una influencia directa en la recepción del partido de fútbol.

Lo que viene, lo que viene.

El tiempo televisivo comercial se fundamenta en el instante, en el minuto a minuto del rating y la fugacidad de sus contenidos. La estructura comercial de los grandes medios de comunicación, o dicho de otra manera la búsqueda de rating, modela maneras de interactuar que privilegian el llamar la atención en el momento. El fútbol es un deporte lento para ser construido como acontecimiento por la televisión, a comparación de otros deportes donde las instancias decisivas se dan con mayor frecuencia porque están impuestas desde el reglamento. Ese cruce entre la necesidad de acción televisiva y la posibilidad de que haya grandes intervalos de vacío en el fútbol (un partido sin goles ni polémicas) puede pensarse de manera conflictiva. Incluso, como ejemplo, pueden tomarse las quejas de los relatores contra los entretiempos que duran más de quince minutos.
O puede pensarse, como solución televisiva a esa tensión, un programa que reduzca los 90 minutos de un partido a las jugadas más importantes, que las compacte en pocos minutos eliminando esos largos momentos de nada, o mejor dicho, de proceso (incluso, de procesos que no llegan a producir una jugada de gol, que son puro gasto). Fútbol de primera, además, se apropiaba de la transmisión en vivo de los partidos y en esas horas entre lo que pasó y mostrar lo que pasó generaba una expectativa, alimentada de ansiedad durante el mismo programa, al postergar lo más relevante para el final de la emisión. Así, alrededor de veinte años.

Por qué ahora, para qué.

En este contexto se entiende la intolerancia a esperar que se desarrolle una jugada, a interpretar un pase atrás u horizontal como lento. Este escrito llega tarde, Román ya no juega y no hay una polarización en torno a su figura, pero se pueden sacar varias conclusiones que tienen mucha actualidad.
La primera tiene que ver con un modo de proceder, tanto para los que les interesa destruir como para los que les interesa construir. El juego que se le critica no es violento y, a juzgar por los resultados en copas y campeonatos, no perjudica a su equipo ni siquiera desde un punto de vista utilitario. La premisa que se puede sacar de ésto es casi el primer paso para cualquier crítica que se quiera hacer sobre cualquier cosa: lo que se debe cuestionar de algo es si es violento, si su acción busca eliminar a un otro o eliminarse a sí mismo. Y la premisa que se sigue es el pilar más básico de la democracia que se formula en términos de tolerancia a la diferencia, pero nunca aclarando qué es la diferencia.

Si no es violento, es diferente.

Su juego no sólo no es violento con el rival sino que no perjudica a su propio equipo, pero por algún motivo mucha gente buscaba excluirlo de las canchas. Vale para orientar el sentido de cualquier crítica a cualquier cosa: si no es violento, no hace falta criticarlo.
La segunda conclusión de lo dicho es que Riquelme es futbolística y socialmente contracultural. Y es contracultural sin decir nada, sin hacer nada, sólo siendo como es. “Sobrevive a una tendencia que no se ajusta a su fútbol…” dice sobre él Jorge Valdano. Sobrevive a discursos no que opinaban sobre él sino que buscaban excluirlo de las canchas. Estos discursos se construyen en cuerpos que se adaptan a los cambios tecnológicos y sobre todo económicos de una etapa del capitalismo que eliminó el proceso de producción para borrar o fragmentar los espacios de encuentro de sus antagonistas, los productores. Sociedad de servicios incorporada en la percepción cotidiana, el imperativo de la rapidez se traslada a distintos ámbitos de la existencia (incluso políticos, como la justificación al voto electrónico o la ausencia de juicios previos). De esto se deduce otra premisa: un elogio de lo lento y de la reflexión, en este momento actual, supone una crítica al capitalismo. Y otra conclusión: si no se vincula lo político y lo económico con lo corporal (o más en general, con lo cultural) se corre el riesgo de ser un copado en lo político y un forro en lo cultural.
Las últimas dos conclusiones son más actuales. Por un lado, todavía leo que se plantea medio al pasar que el Fútbol Para Todos no introdujo grandes cambios en el modo de transmisión de los partidos. No sé cuáles serían esos cambios, pero hay uno de base que esta crítica olvida: ahora se transmiten los 90 minutos. Por otro lado, uso la diferencia entre capacidad y rendimiento para argumentar contra los críticos de Messi porque es una crítica parecida a la que se le hizo a Román (¿el posmoderno qué se vayan todos?). Si cuando se pierde se pide la cabeza del mejor, ¿cómo se espera ganar sin el mejor?

La autonomía riquelmeana

En el texto pasado hablaba de la imposible sensación de sociedad unida y esbozaba el modo en que este sentimiento es construido en la homogeneización de los discursos que circulan en la sociedad a través de grandes bloques discursivos donde las diferencias se minimizan.
Por un lado, este tironeo hacia “una sociedad unida” en la que se reprima la diferencia se debe a la presencia de dos grandes estructuras de poder que ponen en circulación estos discursos, los medios de comunicación comerciales y en menor medida que éstos pero no por ello menos importante el Estado. Cuando el discurso de los medios coincide en sus rasgos más generales con los del Estado (a partir del gobierno de turno) se crea ese cielo de cemento desde el que brota la sensación de que todos somos y pensamos igual o con diferencias mínimas. Esto es lo que sucedió en la década del noventa a grandes rasgos.
Uno podría pensar que la solución sería la apertura a medios de comunicación alternativos, alterativos o comunitarios que permitan hacer circular otras voces, y es cierto, pero el problema no es sólo una cuestión de ocupar espacios sino de cómo ocuparlos. Porque, por otro lado, otra de las causas de las pocas variantes discursivas es la propia incapacidad de diferenciarse que tienen aquellos actores sociales que pretenden constituirse como una opción contra estos dos grandes centros que copan la escena pública con posturas comerciales.

El cambio de marco es el cambio social.

Así, el especialista en lingüística cognitiva George Lakoff describe este estado de situación en la sociedad estadounidense, donde los conservadores dominan el debate público enmarcando los temas a partir de modelos cognitivos que implican valores y sentimientos muchas veces inconscientes y que son activados por el uso de determinadas palabras.
Para Lakoff, los progresistas, o quienes tienen que mostrarse como una opción distinta a los valores conservadores, le restan importancia a la necesidad de estructurar su lenguajes de un modo coherente y, aunque los discutan, terminan aceptando los marcos que les imponen los conservadores. Aparte, mantienen el mito del hombre puramente racional que sólo con contrastar los hechos y la verdad llegará a conclusiones acertadas. Nada más lejano del descubrimiento de los valores como uno de los pilares sobre los que solemos tomar decisiones, y que los marcos como soporte del inconsciente cognitivo al que se ajustan los hechos.
De esta manera, muchos progresistas debaten manteniendo las mismas palabras que sus adversarios o incluso creen que es necesario acercarse a la derecha para conseguir más votos. En cualquiera de los dos casos, primero salen perdiendo en lo inmediato porque se alejan de sus bases y no consiguen acercarse a otros electores, además de reforzar los términos con los que se discute, que son las palabras del otro. En segundo lugar, al usar las palabras del otro, refuerzan la sensación de homogeneización convirtiendo un diálogo en un monólogo.
Es el caso acá, de Hermes Binner cuando dice “creemos en la mano invisible del mercado” o de Pino Solanas diciendo “me vuelvo loco si me sacan Fibertel”.

The Best Speaker Ever

Juan Pablo Varsky, y muchos otros, elogian la capacidad de Riquelme para elegir cuándo hablar y qué decir. Creo que esta habilidad para declarar que tiene Riquelme podemos verla en funcionamiento para sacar algunas enseñanzas.

Autonomía (o egoísmo positivo) SI. Empatía NO

En una entrevista reciente en Fox, el periodista Diego Latorre se anima a preguntarle por la no renovación del contrato en Boca en función de supuestos conflictos en el vestuario. Este es el audio:

http://www.ivoox.com/entrevista-a-riquelme-fox-audios-mp3_rf_4109642_1.html

Hay en la respuesta de Román un primer gesto, el de no responder manteniendo el marco de quien “lo metió” en su juego. Y para hacerlo, contesta y contrasta desde un valor: el profesionalismo. A Román le pagan por llegar a entrenar a tiempo, para concentrar y jugar el domingo. En un segundo momento de la respuesta, argumenta sobre lo que dice Latorre (ahora sí) sobre la “gente que discute en el vestuario” y lo resuelve con humor, primero, y con una reiteración del valor (“yo soy jugador de fútbol”) después.
Lo que importa es que Riquelme no responde directamente sobre lo que pregunta Latorre sino que primero

cambia el marco interpretativo a través de un valor

(le pagan para ser un profesional) y recién después va a la pregunta.

Este gesto de dejar de lado es fundamental para cualquier posición que quiera ganar en autonomía, porque supone un egoísmo positivo que es necesario para constituirse subjetivamente. Dicho en otras palabras, es posible que el problema de los sectores que se reconocen como progresistas, al menos en la comunicación interpersonal, sea el de una empatía excesiva porque tienen tan en cuenta al otro que responden usando las mismas palabras que activan los mismos marcos de la persona con quien se debate (problema que el reaccionario no tiene).

En el caso de Binner y Solanas hay una intensión explícita de compartir los marcos, con lo que ya no podemos hablar de un problema de empatía sino de sumisión, tal vez pragmática pero sumisión al fin.

Salirse / Con / La suya

http://www.ivoox.com/comentario-latorre-audios-mp3_rf_4109650_1.html

Latorre se da cuenta de ésto, de la autonomía que Riquelme construyó a lo largo de toda su carrera tanto adentro como afuera de la cancha para que a un jugador lento se le permita jugar al fútbol y para que a un jugador insumiso se le permita jugar en el club. Una no podría haber sido posible sin la otra y viceversa. En sus declaraciones afuera de la cancha, Román no esquiva rivales, no está un paso adelante a la jugada ni se escapa de los defensores que lo persiguen para quitarle la pelota.

Román los espera y enfrenta,

y puede enfrentarlos porque “así lo criaron de chico” o mejor dicho, porque puede ser autónomo no sólo en el sentido de no estar sometido a las reglas de la masa, sino tampoco a las del poder dirigencial y mediático.

Sobre Riquelme, el personaje contracultural nacional más grande de la década pasada, el próximo escrito.

Unidos y dominados

Indivisible.
Una nación, bajo Dios, Indivisible, se dice cuando se jura la bandera de los Estados Unidos. Una e indivisible. Como decía el historiador Paul Kennedy, el gran cambio en la psique estadounidense luego del 11 de septiembre fue que ante el terrorismo no había dónde escapar. Al mismo tiempo, asociaba ese cambio a la nueva dependencia de los Estados Unidos hacia el resto del mundo en materia energética, de seguridad o ambiental. El punto en común que tienen estos dos nuevos escenarios es el hecho de que los estadounidenses como nación siempre intentaron escapar puertas adentro, mientras que ahora tenían que resolver sus problemas cooperando con el resto del mundo.
La auto-percepción de los estadounidenses como “pueblo elegido” con la “protección de Dios” fue estructurante después de las caídas de las torres en el sentido de que Dios había retirado esa protección, argumento que las coaliciones cristianas aprovecharon para orientar en dirección a los sectores que por cuestiones sexuales o genéricas desafiaban los valores de la familia tradicional. La familia, otra de las metáforas estructurantes de la subjetividad del país del norte.
Así, el hecho de salirse, un modo de ser y de resolverse los conflictos que había sedimentado durante años, acostumbra a no enfrentar nunca a un otro, a escaparse sin solucionar.
Enfrentar rompe con una parte de la narración pesadillesca al no haber persecución, pero el terror continúa porque al otro (digamos, el monstruo) ahora se lo mira a la cara. De hecho, es curioso cómo a veces asociamos la palabra enfrentar con pelear, con un conflicto entre dos partes connotado negativamente.
El 11 de septiembre inaugura una doble apertura y por lo tanto temor hacia el otro en esta psique: hacia afuera en las otras naciones y hacia adentro en las minorías activas internas que cuestionan los valores de la familia tradicional.
El permanente autobombo como pueblo elegido no es más que la contracara del temor hacia el otro.
El mundial nos une, qué lindo.
La metáfora de la unidad, o lo indivisible, también apareció en las palabras de mucha gente que se alegraba de que el mundial suspendía las diferencias (políticas o de clase) que tenemos como nación. Si en el caso estadounidense el discurso podía ser expresado por el presidente o por un pastor a sus fieles, el discurso de la unidad que me interesa en nuestro país es el que circulaba más de un modo horizontal, de abajo hacia abajo, entre pares. Si bien discursos con un parecido que apela a la sociedad toda circularon desde el ámbito político (de / para todos) o económico (publicidades del mundial), creo que siguen lógicas distintas a la invocación a la unidad desde lo social porque a pesar de provenir desde el Estado uno o desde el mercado el otro, ambos se basan en una lógica económica de los intercambios y en tanto tal construyen subjetividades políticas, mientras que el discurso de la unidad se constituye suspendiendo los mismos. Por eso la comparación con el caso estadounidense: más allá de que sea el propio Estado el que llama a no dividirse, es un discurso encarado desde lo social y no desde lo económico.
Así, lo que llamo “social” paradójicamente sería una suspensión de los lazos o los vínculos que ligan a las personas en pos de un bloque homogéneo que no incluya la diferencia, mientras que los discursos del Estado o del mercado que no son desarrollados acá serían sociales en un sentido positivo, digamos, lo que mínimamente esperamos que una sociedad sea porque existen un ida y vuelta entre dos sujetos u organizaciones. Es decir, lo social es económico porque para que sea social es necesario que haya una relación de intercambio. Esta es la doble ausencia que quiero presentar con estos escritos: primero, que al encarar lo social lo hago desde las rupturas o suspensiones del intercambio por el riesgo que suponen a la disolución de lo social; y segundo que eso que lo social sería por definición es indisociable de lo económico entendido como los distintos tipos de relaciones de intercambio que marcan las subjetividades de las personas o de organizaciones más grandes. Lo económico, tan ausente de las ciencias sociales.
Lo Pop y la cultura del no aguante.
Pero el mundial nos une, qué lindo, y está bien. Pablo Schanton, en el prólogo al libro El basurero de la historia de Greil Marcus, se refiere a esos momentos que son las obras en las que se borra la distancia entre el individuo y la cultura a la que pertenece, “esa promesa de felicidad y comunidad que dura unos minutos de canción”. El mundial, como relato en común o pacto ficcional que hacemos con la nuestra y con otras naciones, forma parte de esos momentos que, como las canciones o los recitales, nos envuelven al calor de una sensación de pertenencia social.
El problema es cuando ese sentimiento de unión que concedemos como efímero se vuelve una necesidad imperativa permanente, más allá del mundial o el recital en cuestión (como en el caso estadounidense o, veremos, tal vez en nuestro caso). Como ejemplo tenemos los festejos del Bicentenario, cuando algunos periodistas opositores intentaban construir un país dividido y la fiesta sucedió sin conflictos, tan absurdo como cuando algunos periodistas oficialistas pretendían que esa unión que duraba unos días fuera algo así como un reflejo imposible del día a día.
(Hago un paréntesis acá, ya que estamos, para esbozar la cultura del no aguante que creo que surgió en los últimos tres años. Resumiendo alevosamente, si la cultura del aguante consistía en dar todo sin esperar nada a cambio, la cultura del no aguante consiste en esperar todo sin dar nada a cambio. Aún si no hay intercambio y hay sometimiento, lo social sigue existiendo como telón de fondo). Lo uno de la unión no acepta la diferencia de lo diferente, es decir, elimina la comunicación entendida en este caso como intercambio.
Antes de seguir, quiero decir unas palabras: unas palabras.
Porque lo curioso del discurso que aparece es eso, que cuando se dice algo que debería ser obvio salta a la vista el absurdo. Así como nadie dice “voy caminando” mientras camina, nadie dice “qué bueno que el mundial nos une” mientras está unido. El discurso de la unidad se justifica inmediatamente en que estaríamos divididos por motivos políticos, ideológicos o de clase y podríamos pensarlo como un síntoma de lo social en época de mundial, aquello que oculta algo que está reprimido, no dicho. Ahora, si como decía antes el problema es la unión antes y después del mundial, el discurso que sostiene que el país está dividido entendido como un síntoma de lo social estaría basado, a la inversa, en algo no dicho: que el país por algún motivo que desconocemos debería estar unido.
El país está dividido.
Se sustenta en la creencia que la división, la diferencia, por algún motivo nos hace sentir mal. Si el enfrentamiento es connotado negativamente es por las dificultades que tenemos para saber expresar la tolerancia a lo distinto, pero también por un sentido mucho más profundo y encarnado que hace a la unidad como protección del círculo familiar y de amistades iguales que lo cobija a uno contra el miedo que supone lo otro. Solemos pensar parecido a lo que cierto círculo de pertenencia piensa por una cuestión afectiva. El centro del drama de la división se da en la familia como grupo primario de pertenencia y afectos más intensos. El mundial como abstracción y ficción vendría a hacer, por un mes, el imposible acto de unidad que no podemos hacer nosotros al relacionarnos con el otro que construimos como antagonista, tanto a nivel grupal como social.
Es curioso, miedo al otro y miedo a la soledad se superponen.
La reprimida metáfora de la unidad sostiene su sentido sólo porque no sabemos cómo tratarnos bien en la división.
El título de este escrito, unidos y dominados, es sólo un juego de palabras para referirme al hecho de estar dominados por estos miedos.
Divididos las pelotas.
Esta imposible sensación de sociedad unida fue posible y podría ser posible por la homogeneización de los discursos que circulan en la sociedad. Que haya bloques discursivos iguales se debe a la presencia de dos grandes estructuras de poder que los ponen en circulación, los medios de comunicación comerciales y en menor medida que éstos pero no por ello menos importante el Estado; y a la incapacidad de construir otros discursos fuera de estos dos grandes centros que circulen como bloques con peso en la sociedad. Cuando el discurso de los medios coincide en sus rasgos más generales con los del Estado (a partir del gobierno de turno) se crea ese cielo de cemento desde el que brota la sensación de que todos somos y pensamos igual o con diferencias mínimas.
Estamos medio en el horno, porque lo más común, aunque parezca lo contrario, es un estado de conflicto o de no coincidir permanente. A pesar de esto, creo que la división siempre es mucho menor de lo que creemos y que las soluciones están en el estudio y el desarrollo de la comunicación interpersonal apuntando la mira hacia los discursos que destruyen los lazos, algo que no tiene peso ni en las ciencias sociales como teoría ni en la sociedad como práctica. Tratarnos bien vendría a ser el mantenerse unidos aún en la diferencia, o sea, esa unión que no necesita ser dicha, y se construye, sólo por decir algo, a partir de la creencia en que
en todo lo que dice alguien siempre hay algo de verdad y en la pregunta por el sentido o el objetivo de hacer algo en común.

El sueño americano, de las Tortugas Ninjas a Scooby doo.

Hace unas semanas la distribuidora cinematográfica Paramount lanzó en Twitter el poster que promocionaba el estreno de la película de las Tortugas Ninja en Australia. Éste de acá abajo.
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El revuelo fue inmediato. Leonardo, Raphael, Donatello y Miguel Ángel aparecen saltando de un edificio delante de una explosión, arriba de la fecha del estreno australiano: September 11. La contigüidad de estos elementos generó expresiones de repudio y malestar.
Después del atentado a las torres, Marvel sacó su edición de Amazing Spiderman para procesar el luto. Ahí se lo ve a Peter Parker disfrazado de superhéroe sin poder explicarle a la gente que no había manera de anticipar lo que pasó, al mismo tiempo que Daredevil, La Cosa, Thor y el Capitán América ayudan a los bomberos de Nueva York (“los verdaderos heroes”) a levantar los escombros y socorrer a las víctimas. En la tarea de incluir la ficción en hechos reales para homenajear y acompañar en el dolor (“no puedes vernos por el polvo, pero nosotros estamos acá”) fue necesario hacer bajar a los superhéroes a una escala humana, o más todavía, hacer subir a los bomberos al pedestal del héroe. El mensaje es “nosotros, aún con nuestros super poderes, no pudimos evitarlo”.
El mensaje del poster es “nosotras, mutantes ninjas, podemos escapar de una explosión en un edificio”. La identificación con el héroe se rompe y queda abierta la posibilidad que las cosas pudieron haber sido (o pueden ser) de otro modo. La imagen del hombre tirándose de una de las torres como única vía de salida impacta, genera empatía, y nos dice que de esa situación no había manera de escapar. Las tortugas escapan con éxito.
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No hay escape posible. The American Dream.
Paul Kennedy, historiador de la Universidad de Yale, a casi un año del atentado planteaba que el gran cambio en la psique estadounidense es la nueva dependencia del resto del mundo en un país que hasta ese momento sentía que podía cuidarse solo tanto en términos de seguridad como energéticos, ecológicos y sociales. Hasta el día en que los aviones atravesaron los rascacielos, el autor sugiere el modo de solucionarse los problemas que tenía esta sociedad: “durante toda la historia de Estados Unidos como colonia y posteriormente como república, los individuos tuvieron la sensación de que siempre podían escapar, al oeste, al sur, a alguna parte”. La dependencia energética, la imposibilidad de controlar el terrorismo o los desastres naturales son índices del fin de esta era de escapismo, según el autor.
El economista alemán Albert Hirschmann plantea que el modo de reaccionar de las personas ante cambios sociales, económicos o políticos que les afectan son la salida o la voz (como negociación o protesta). La elección de ellas está condicionada por el grado de lealtad que se tiene con la organización o las circunstancias en cuestión. También, la elección de la salida depende en gran medida del capital con el que cuentan las personas que se deciden por esta opción. Por lo general quienes optan por ella ocupan cierta posición de poder, mientras quienes eligen negociar se ven forzados a ello por carencia de capital (económico, simbólico, político).
Entre las varias imágenes con las que se representa el relato del sueño americano encontramos la de una casa familiar feliz en las afueras de la gran ciudad, con jardín y estacionamiento al mejor estilo Los Simpsons. Kennedy la vincula al respecto: “si el centro de la ciudad se deterioraba, era mucho más fácil mudarse (salida) a agradables suburbios de clase media que quedarse para arreglar las cosas” (voz). La contaminación sonora y visual, los delitos y el crimen, o los embotellamientos provocan que muchas personas en todo el país quieran irse a vivir a las afueras de la ciudad. Este fenómeno surge con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, cuando hay escasez de viviendas y el presidente Eisenhower impulsa 66 mil kilómetros de autopistas interestatales en 1956 que comienzan a poblar áreas rurales y a hacer crecer los locales de comida rápida en todo el territorio. “En ese entonces se pensaba que las autopistas interestatales facilitarían la evacuación de las grandes ciudades en caso de que el enemigo emprendiera alguna acción bélica en contra de ellas durante la guerra fría” dice el cronista John Mitchell.
El sentimiento de escapar o la salida como prioridad en la resolución de conflictos, frente a la voz o negociación que supone resolver los problemas de frente, es una constante en la historia estadounidense, al punto de estructurar una de las formas que adquiere el relato vívido y encarnado del sueño americano.
 
Las dictaduras constitucionales.
El politólogo Clinton Rossiter desarrolla este concepto para diferenciar un estado de excepción de las democracias modernas y las dictaduras modernas. Las dictaduras constitucionales serían aquellas que se fundamentan en una crisis y en las que el poder del gobierno no se encuentra dividido en espacio, pero sí limitado en el tiempo que transcurra hasta que se resuelva el conflicto que les da sentido. Los derechos básicos estarían suspendidos. El autor reconoce en cinco gobiernos estadounidenses características de este estado de excepción: Lincoln en la Guerra Civil, Wilson en la Primera Guerra Mundial, y F.D. Roosvelt durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
La interpretación del 11 de septiembre con la metáfora de la “guerra” y no como crimen que afecta a la comunidad internacional enmarcó los hechos fuera de un contexto regulado, donde el más fuerte era más fuerte que la ley de un Estado de derecho global.
Así, los Estados Unidos se permitieron arrestar ilegalmente y torturar a los detenidos inexistentes jurídicamente de Guantánamo o Abu Ghraib o sancionar la Patriot Act que aumentó la vigilancia y las atribuciones del Estado para restringir derechos y libertades.
Lo que impidió suspender las elecciones y que el país se convierta en una dictadura moderna fue la constitución. Según Martín Plot, fueron las elecciones las que lograron restaurar el funcionamiento de la república. Dice al respecto: “lo que impide a un poder ejecutivo de un estado de emergencia suspender las elecciones y convertirse en una dictadura lisa y llana pertenece al mundo más amplio de la cultura política. Pero la cultura política es precisamente, el resultado de décadas de interacción permanente y sedimentación de acciones y discursos…
Esta es la pregunta que con este texto intento responder o al menos sugerir: si la cultura política permitió el retorno al normal funcionamiento de la democracia constitucional en Estados Unidos, ¿cómo es y cómo fue sedimentando durante décadas la cultura social que permitió la parte dictadura del concepto? Es decir, ¿cuál es el vínculo entre dictadura y sociedad? Hasta ahora, la palabra para describir ese vínculo se acota al autoritarismo de alguna sociedad redundantemente autoritaria, pero aún así el foco ni siquiera está puesto en lo social.
I have a dream. La forma del sueño, americano.
Las referencias a lo soñado como algo muy anhelado que se espera alcanzar son frecuentes en la cultura estadounidense. Pero al sueño, ahora, propongo entenderlo desde eso que se nos presenta cuando dormimos. No eso que tiene un significado oculto que habría que develar, sino en la forma misma en que aparece en el inconsciente a través de mecanismos de desplazamiento y condensación, o metonimia y metáfora, según las posiciones que ocupan en la estructura del lenguaje, sin una estructura temporal cronológica o coherente.
Este lenguaje del inconsciente que son los sueños lo podemos ver en la literatura en general con el autor que no sabe más que lo que sienten sus personajes porque vive en ellos, y al hacerlo cambia la relación con el lector, aún la relación temporal de los acontecimientos. Así, tanto en Faulkner como en Dos Passos, dice Claude Lefort, “las historias están mezcladas, es decir, constantemente interrumpidas unas por otras”. Es un arte del descentramiento, dice el politólogo francés, donde los personajes todo el tiempo están siendo reemplazados por otros. Un modo de ver el tiempo a la manera de Kurt Vonnegut en sus novelas más representativas, donde a través de pequeños fragmentos va saltando de personaje en personaje, o situación y situación, en un estilo narrativo que recuerda al inconsciente.
El vínculo de la forma de los sueños con elementos de la cultura popular en general parece claro (más desde la libertad que da la literatura para jugar con el orden temporal, con lo racional y con el yo), pero hay otra relación que me gustaría sugerir en este sentido, la de cierta estructura del lenguaje inconsciente en eso que nos pasa cuando soñamos pesadillas y su relación con un modo de ser.
En un capítulo de la serie Zamba, el niño formoseño que viaja en el tiempo por la historia argentina, junto con una compañera intenta busca al “niño que lo sabe todo” que fue desaparecido por la última dictadura militar. La escena construida a los niños es tenebrosa, los dictadores son representados parecidos a monstruos y persiguen a los chicos mientras ellos intentan resolver el misterio de su compañero desaparecido. Personas disfrazadas de fantasmas que asustan a inocentes con una gran escena de persecución mientras éstos escapan desesperadamente como representación en un régimen político dictatorial, pero sin la dictadura, es una de las formas narrativas de las pesadillas y del dibujo animado Scooby Doo (e incluso de algunos estados de ánimo particulares del doctor Hunter S. Thompson). De hecho, la persecución sin el miedo está presente en muchos de los dibujos animados de la Warner.
Queda claro que no hay una relación directa entre éstos últimos y un régimen político, y por eso mismo la pregunta más amplia es por la cultura social estadounidense, por ese sueño americano ahora literal tan profundamente encarnado y sentido que se basa en el escapar por miedo a algo (a un ataque nuclear, a los embotellamientos y los crímenes de la ciudad).
Ese sueño tiene la forma de una pesadilla.
La guerra es un buen indicador para interpretar el grado de no democratización de una sociedad, que al representar un atentado contra la vida en estos términos y no como crimen dentro de un marco legal, abre paso a la barbarie bélica. En la manera de resolver los conflictos ya no pesa lo que entendemos por cultura política tanto como lo que sería la cultura social que, a grandísimos rasgos, distingue o no entre personas mejores y peores. Y esta cultura social estadounidense, después de todo lo dicho, no podemos calificarla como autoritaria, porque nos dejaría afuera un montón de sentidos asociados a lo dictatorial social. La cultura antidemocrática (no sólo estadounidense, sino en general) está mejor asociada al miedo y la paranoia, o en una palabra más abarcadora, a la locura.